Escritos publicados en la revista Libros y Letras

Saturday, August 25, 2007

Vine a buscar a mi padre, un tal Juan Rulfo


Por: Juan Camilo Rincón
Jaime Henríquez Fattoni


No importa si es Comala o Macondo, todas las sombras se alargan sobre una tierra árida. En las ciudades, las sombras de los caminos terminaron por volverse pavimento oscuro, tan nuevo como el recuerdo de los más jóvenes, como mi recuerdo que se creó con una calle sin arena y cree que lleva ahí toda la vida. La capital es cuidad hace poco y nuestro pasado era colonial y la plaza tenía iglesia y reloj, como aún se ve en España. Ante esto, Rulfo es tan latinoamericano por su descripción eterna de los espacios, como los cuentos de nuestros abuelos, que ya no se pueden comprobar pero quedan intactos en el tiempo. En todo pueblo existía un gran hacendado, una finca tan productiva como la Media Luna o un grupo de bandoleros. No importaba si eran liberales o conservadores, siempre había un muerto y un hombre más macho que el otro.

El opresor y el oprimido, el cielo azul, la tierra ardiente, El llano en llamas era Santander o el Gran Tolima, un nombre es irrelevante si no se vuelve un mito, Petronio Flores o Sangre Negra, al final todos morían bajo la misma ley. Latinoamérica tiene una historia estructural con las mismas características, pero Rulfo buscaba en su literatura más que sólo las similitudes. Afirmó en una entrevista hecha en Bogotá por Enrique Santos en 1966, que él tiene la misión conjunta de plantear problemas sociales y de hacer obra de arte. "Los problemas sociales -afirma- se pueden plantear de una manera artística. Es difícil evadir de una obra el problema social, porque surgen estados conflictivos, que obligan al escritor a desarrollarlo". Argumento que sintetiza su obra. Comala o Macondo son ciudades creadas para preservar su mito y salvaguardar espacios inmunes al tiempo. Un sentido social irrumpe en las creaciones de estos espacios para dejar testimonio. Porque así sea que ahora los métodos de opresión estén un poco más tecnológicos y "civilizados" los oprimidos serán los mismos, lo único que cambia es la generación. Pero además tienen un gran valor literario; son los personajes más relevantes en las tramas de sus libros y guardan un legado de espacio fantástico.

Comala es un espacio mestizo donde Juan Preciado deja unos rastros muy definidos. Su presencia tan real en el primer párrafo, donde su madre muere y él va en busca de su padre, se llena de rasgos fantasmales en el transcurso de la narración. La relación tan vivida con los muertos es común en la cultura mexicana, se debe pensar en la celebración del 1 y 2 de noviembre donde se honra el día de los fieles difuntos. El trato con los muertos esta tan natural para los pueblos latinoamericanos por la relación estrecha entre la muerte y la Historia. La eterna desaparición de familiares, en un espacio donde se lleva un arma con tanta naturalidad trasforma el concepto de luto y de tristeza.

Otro elemento que nos traslada a este mundo es el lenguaje campesino. No es aquélla expresión forzada que escriben los intelectuales de la capital, sino ese idioma conveniente y practico que se siente en los lugares rurales. En el cuento No oyes ladrar a los perros, se plasma aquella angustia por vivir y sobrevivir lejos de los espacios civilizados donde no hay que caminar toda una noche para encontrar un medico. Lugares tan alejados de la capital, donde la presencia del estado es tan intermitente como una mosca interrumpiendo la siesta de un perro hambriento.

"—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de algo o si ves alguna luz en alguna parte.—No se ve nada.—Ya debemos estar cerca.—Sí, pero no se oye nada.—Mira bien. —No se ve nada.—Pobre de ti, Ignacio".

La prosa de Rulfo en El llano en llamas se instala todavía en la temática de la novela realista de las primeras décadas del s. xx. El problema del campesino, de su relación con el mundo rural y alejado del alcance de los brazos del Gobierno, que cuando está presente sólo produce guerra o sometimiento. Alcides Arguedas, Jorge Icaza, Ciro Alegría son algunos de los autores que podrían trazarnos un camino hacia un Rulfo preocupado por una nueva visión de la realidad, distinta a la de estos predecesores pero aún dentro del marco de existencia y aun de injusticia que quería representar. Un uso rápido y corto del lenguaje, abundante en mexicanismos, le permitió más efectividad expresiva que libertad narrativa. Hablando de El llano en llamas, Borges dice: "Esta serie de diecinueve cuentos prefigura de algún modo la novela que lo ha hecho famoso en muchos países y en muchas lenguas". En estos cuentos encontramos una realidad viva a través de la muerte, tierras áridas y duras donde no crecen las plantas pero que respiran una vida de personaje, de ser actuante en su pasividad estática. Ocurre lo mismo con la imagen del pueblo, en el cuento Luvina, donde esté es el centro de la acción y sus personajes son consecuencias del pueblo y no al revés. Este "espacio-personaje" toma aun más fuerza e importancia en Pedro Páramo: es el pueblo quien produce la gente, las historias, los fantasmas, los recuerdos que se desvanecen en la mitad de una calle nocturna. Juan Preciado camina por las calles de Comala reviviendo el pasado del pueblo a través de espejismos que vagan por sus calles desde que murió el gran mayoral, cerrando la historia de la Media Luna.

Me arriesgaría a decir que Pedro Páramo es aquel predecesor no nombrado en los libros de investigación, de Cien años de soledad. Dicho argumento se entrevé en el homenaje que le hace Gabriel García Márquez al mexicano en 1980: "El escrutinio a fondo de la obra de Juan Rulfo me dio por fin el camino que buscaba para continuar mis libros", recordando aquella época en México cuando solo había publicado La hojarasca y tenía tres libros inéditos (El coronel no tiene quien le escriba, La mala hora y Los funerales de la Mamá Grande), antes de hacer la obra que le dio el Nobel.

Gabriel García Márquez reconoce la importancia que tiene Juan Rulfo como gran renovador de la literatura latinoamericana. "...Álvaro Mutis subió a grandes zancadas los siete pisos de mi casa con un paquete de libros, separó del montón el más pequeño y corto, y me dijo muerto de risa: ¡Lea esa vaina, carajo, para que aprenda! Era Pedro Páramo. Aquella noche no pude dormir mientras no terminé la segunda lectura. Nunca, desde la noche tremenda en que leí la Metamorfosis de Kafka en una lúgubre pensión de estudiantes de Bogotá —casi diez años atrás— había sufrido una conmoción semejante". Sin Juan Rulfo no hubiera sido posible estos espacios fantásticos que identifican nuestra literatura.


Ver fumando constantemente a Juan Rulfo, en aquella Bogotá del 66, tan tranquilo después de cambiar la historia de la literatura. Sin afán de publicar, su influencia fue más grande que otros escritores que tienen una "prolífica" obra. Borges, a quien poco le interesaba la nueva literatura y menos la de nuestro continente, dice sobre Pedro Páramo "que es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura". Susan Sontag, una mujer tan relacionada a las letras de nuestro continente reconoce que "La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura mundial del siglo xx, sino uno de los libros más influyentes de este mismo siglo". El encuentro con Pedro Páramo es tan necesario para nosotros como al búsqueda de la identidad. Tan lejanos estamos de Comala como de sus habitantes fantasmagóricos, pero en sus apariciones nos queda aquella imagen vívida de las narraciones orales que llenaron nuestro continente de motivos necesarios de recuerdos.