Escritos publicados en la revista Libros y Letras

Tuesday, July 03, 2007

Texto sobre García Lorca

LA FELICIDAD ERA SU PIEL
(Texto sobre García Lorca)


Por:

Jaime Henríquez Fattoni
Juan Camilo Rincón


Recordamos la belleza literaria de un país por su generación de oro; de la España moderna fue la del 27, y su principal imagen se siente en el eco de los versos de Lorca. Después de tantos años, sus compañeros de escritura ya están con él al otro lado del río, pero su infame muerte nos sigue acompañando como recuerdo vil de las atrocidades del franquismo. Ellos mismos se encargaron de no dejar vacío ese hueco de la historia literaria, dando a conocer al mundo lo absurdo de esa muerte, como un error del destino que ellos se negaban a aceptar. “Cuando ya había marchado, aún tardaba mucho en irse, seguía allí, rodeándonos aún de sus ecos, hasta que de pronto decía uno: «Pero ¿se ha ido ya Federico?»”. Así decía Pedro Salinas.
Ya los años de Rubén Darío habían pasado, aquellos que alguna vez lo siguieron buscaban ahora nuevos caminos de expresión. Las vanguardias francesas e italianas se dejaban ya sentir en la España de los años veinte. Unos años atrás, el final del imperio colonial, con la perdida Cuba, había golpeado fuertemente el nacionalismo ibérico. Este malestar fue captado por la llamada Generación del 98, que mostraron en sus escritos la poca fe que sentían hacia el futuro del pueblo español. Pero en los veintes nació otra forma de ver la España democrática. La Residencia de Estudiantes de Madrid sirvió como epicentro del arte Español que marcaría el siglo XX. Juan Ramón Jiménez, Miguel y Antonio Machado, Miguel de Unamuno, todos noventayochistas y antiguos hospedados en la Residencia, influenciaron a aquellos estudiantes posteriores que aprendieron de ellos la poesía de la belleza y “las posibilidades del sueño para desentrañar una realidad más profunda”, según enseña Martínez Cutiño. A esto se le sumaban el reconocimiento y la adoración de grandes clásicos como Garcilaso, Lope de Vega o Góngora, en quienes admiraban el uso de la técnica y la forma. Influencias todas que encontramos en la poesía de García Lorca, junto con la nueva visión liberal y patriótica que encarna la Generación del 27.
En los pasillos de la residencia muchos intelectuales que marcarían el siglo XX buscaban la compañía de Lorca. Buñuel recuerda que “su habitación en la residencia se convirtió en uno de los puntos de reunión más solicitados de Madrid”. Su amistad con este último y con Salvador Dalí era motivo de tertulias donde la producción artística era plasmada en todos los sentidos. A pesar de la lejanía de Dalí, años después a causa de su fama, este aún recordaba aquellos retratos que le hizo a su amigo en 1923 (Naturaleza muerta. Retrato cubista de Federico García Lorca). Un perro andaluz (Un chien andalou) fue uno de los proyectos que tomaron forma en aquellos tiempos, pero muchos no lograron concretarse porque cada uno tomó su camino. Aquel joven sencillo y lleno de vida fue amado por todos, el cineasta aragonés lo recuerda como un hombre “brillante, simpático, con evidente propensión a la elegancia, la corbata impecable, la mirada oscura y brillante, Federico tenía un atractivo, un magnetismo al que nadie podía resistirse”.
Todo lo bueno se da en conjunto, y por eso su vida le entregó otros compañeros. Sin tener soberbia ante sus propios escritos reconocía las virtudes de quienes lo rodeaban, y hacía a sus amigos peticiones constantes de sus muestras artísticas y creativas. Rafael Alberti recuerda aquella sonrisa de hombre venidero: “Federico abrazaba a todo el mundo, cayendo enseguida sobre el presentado como una tromba incontenible de palabras, entrecortadas risas y gestos hiperbólicos”. Aquella España vivida en aulas de clase recuerda una generación que tuvo el valor de pensar en libertad, en una estética nueva, transgresora, impersonal pero generosa y profundamente hispánica.
Otra albertiana nos muestra la importancia de los nuevos objetivos poéticos de esta generación: “(…) estos versos del Romancero gitano serán ya para toda mi vida la Residencia de Estudiantes, puerta de nuestra amistad”. Habla de los primeros versos del “Romance sonámbulo”, esos conocidísimos que dictan:

Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.

El poema cuenta la historia de un perseguido por la justicia que llega a la casa de su amada, quien después de esperarlo largo tiempo ha muerto. Es un tema recurrente en el Romancero, ese amor por los marginados, los fugitivos. La España andaluza y gitana es el marco donde se encuadran los episodios de este libro, uno de los más importantes de la Generación del 27, pues demuestra ya un esfuerzo por recuperar la España perdida, inculta y caída contra la que tanto escribieron los del 98. Lorca recurre a leyendas y episodios tradicionales de la historia andaluza, como se puede ver en el “Martirio de Santa Olalla”, recreación del sacrificio de Santa Eulalia de Mérida en el siglo IV de nuestra era. El “Romance del emplazado” y la “Burla de don Pedro a caballo” son otros tantos que retoman temas de la tradición gitana. El poema “Thamar y Amnón” retoma una historia bíblica muy popular en la tradición literaria española (recreada ya por grandes como Lope de Vega y Tirso de Molina), que se puede encontrar en el libro segundo de Samuel. Y en la misma línea de la temática religiosa, encontramos varios poemas dedicados a santos, como lo son los de San Miguel, San Rafael, y San Gabriel.
El libro en sí es una defensa, o una reivindicación, del pueblo andaluz gitano. El poeta mismo lo dice:

El libro en conjunto, aunque se llama gitano, es el poema de Andalucía, y lo llamo gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, lo más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal.

Fue León Tolstoi quien alguna vez dijo: “Habla de tu aldea y serás universal”. No sabemos si Lorca conoció la opinión del ruso, pero cualquiera que lea el Romancero podrá darse cuenta que la meta del poeta (llevar su Andalucía natal hasta un plano universal) está plenamente lograda y no deja nada que desear.
Dando un salto cronológico (el Romancero fue escrito entre 1923 y 1928, año en que se publicó), llegamos a la aparición póstuma, en 1940, del complejo libro Poeta en Nueva York. Valga decir, sin embargo, que éste fue escrito entre 1929 y 1930, año en que el poeta residió en dicha ciudad como estudiante de la Universidad de Columbia. Los motivos de su traslado son todavía materia de debate, pero se cree (y cada vez con más fuerza) que se debió principalmente a una relación fracasada que lo obligó a alejarse de su entorno cotidiano. Lo que sí se sabe es que el poeta se encontraba en una “penumbra sentimental”, según nos informa el investigador Arturo Ramoneda, quien además opina: “La estrecha relación entre la situación dolorida del poeta y el «símbolo patético de Nueva York» es quizá lo más significativo de este libro”. El sentimiento de derrota del poeta lo lleva a ver a Nueva York como una ciudad oscura, amenazante, casi muerta, encarnación del capitalismo industrial que oprime la belleza y la nobleza del hombre. Así lo podemos ver en el “Grito hacia Roma (Desde la torre del Chrysler Building)”, o en “La Aurora”, poema donde se describe el nacimiento del día neoyorquino como un suceso doloroso y aterrador, sin ningún tipo de esperanza para sus habitantes. Pero la gran metrópolis le sirve también como vehiculo expresivo, como espejo de su dolor y de su angustia. Un fragmento bellísimo del poema “Panorama ciego de Nueva York” nos sugiere esta idea.

Todos comprenden el dolor que se relaciona con la muerte
pero el verdadero dolor no está presente en el espíritu.
No está en el aire, ni en nuestra vida,
ni en estas terrazas llenas de humo.
El verdadero dolor que mantiene despiertas las cosas
es una pequeña quemadura infinita
en los ojos inocentes de los otros sistemas.

El poeta debe apelar a lo externo, a los “otros sistemas”, para encontrar su verdadero dolor y poder expresarlo, y son los sistemas y elementos de la ciudad lo que a través del libro nos presenta como reflejo de ese dolor. También el uso del verso libre y el acercamiento superficial a las técnicas del surrealismo le brindan la posibilidad de expresarse con más libertad que antes, permitiéndole, por ejemplo, hablar por primera vez de su homosexualidad, gran mito de su biografía (véanse los poemas “Tu infancia en Menton” y “Oda a Walt Whitman”).
Otros temas de interés y muy típicos de la obra lorquiana se encuentran de nuevo en el Poeta. Los mencionaremos rápidamente: su tendencia a hacerse del lado de los desfavorecidos y los marginados lo lleva a simpatizarse con el sufrimiento de la raza negra, a quien dedica varios poemas de los cuales cabe destacar “El Rey de Harlem”. El tema de la muerte (tan recurrente ya desde sus primeros libros) es importantísimo aquí, y da nombre a una de las secciones: “Introducción a la muerte”, título sugerido por Neruda algunos años después.
El lector interesado notará que no hablamos de algunos libros de gran importancia y belleza poética en la obra lorquiana, como lo son las Canciones, el Poema del Cante Jondo, el Diván del Tamarit. Ni mencionamos tan siquiera algo de su copiosa obra teatral, de la cual las Bodas de sangre o el Amor de don Perlimplín constituyen hermosos ejemplos de la versatilidad y riqueza creativa de este grande del siglo XX. Se nos tendrá que disculpar: la falta de espacio nos obliga a dejarlos para otra ocasión.
Lorca llenó de magia a Buenos Aires y la cuidad lo recuerda con el corazón. "Yo sé que existe una nostalgia de la Argentina, de la cual no me veré libre y de la cual no quiero librarme porque será buena y fecunda para mi espíritu" (Lorca al despedirse de Buenos Aires, 18 de marzo de 1934). Aquel viaje ocasional para poner en escena Bodas de Sangre, se alargó por el hechizo porteño, aquel que en el antiguo teatro Smart (actual Blanca Podestá) permitió el mítico encuentro entre Federico García Lorca y Carlos Gardel. Noche que prosiguió con el canto compartido de tangos y canciones populares granadinas y el deseo mutuo de recordar “Por una cabeza”, canción amada por los dos. La misma cuidad donde se encontró con su buen amigo Neruda, quien fue designado como embajador de Chile en la capital argentina en 1933. El poeta latinoamericano recuerda en su libro de memorias Confieso que he vivido, aquella conferencia que hicieron alimón (basándose en la idea de que dos toreros pueden torear al mismo tiempo el mismo toro con un único capote), homenajeando a Rubén Darío. Neruda lo rememora aquella noche donde su osadía con una mujer llevó a Lorca a cuidar la puerta de una torre. Mientras el poeta chileno trataba de consumar su amor, su amigo andaluz terminó rodando por las escaleras de aquel fortín. De cuando caminaban por aquella estancia los tres huéspedes, Neruda menciona: “García Lorca iba delante y no dejaba de reír y de hablar. Estaba feliz. Esta era su costumbre. La felicidad era su piel”.
Amado Lorca, su ausencia llenó de Pena negra el corazón de quien lo conoció. Su muerte, oscuro símbolo de la guerra civil fue recordado por todos los españoles que estuvieron exiliados u oprimidos durante treinta y cuatro años. La España liberal se desplomó pero su ideología buscó refugio en otras patrias. Sus mártires, Miguel Hernández y Federico García Lorca, fueron leídos con más fuerza y no cayeron en el olvido porque sus amigos se negaron a permitirlo, entregando a las nuevas generaciones esa belleza, esa fuerza poética, sobreviviendo así a las intenciones opresivas de Franco; el generalísimo ha fallado. Todavía hace vibrar lo que Atahualpa Yupanqui le escribe a Lorca al enterarse de su asesinato: “No te preocupes, la muerte es un ratito nada más”.

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